Relatoría: Ballet, ¿elitista o transformador? Reflexiones desde Soacha

Cuando pensamos en ballet, la primera imagen que se instala en la mente de muchas personas es la de un escenario europeo, un teatro lujoso, un cuerpo de bailarinas impecablemente vestidas con tutús blancos y zapatillas de punta. El imaginario colectivo ha repetido tanto esta imagen que hemos terminado creyendo que el ballet pertenece a un mundo ajeno, reservado para una élite.

Pero hoy quiero invitarles a mirar el ballet desde otro ángulo.
Quiero que lo pensemos desde un lugar como Soacha: un territorio vivo, diverso, pero atravesado por profundas desigualdades, migración forzada, desempleo juvenil, estigmatización y violencia estructural.
Un lugar donde los sueños muchas veces se ven interrumpidos antes de nacer, y donde la cultura no siempre es lo primero en la lista de prioridades.

En este contexto, el ballet aparece como un arte que podría parecer distante, incluso “imposible”. Las barreras son reales: falta de academias públicas, costos de vestuario, ausencia de referentes cercanos. Sin embargo, también aquí el ballet tiene la capacidad de convertirse en una herramienta de transformación social.

No hablo solo de arte. Hablo de disciplina.
El ballet educa el cuerpo y la mente a través de la técnica. Enseña a sostener la postura, a controlar la respiración, a alargar los músculos y fortalecerlos. Cada plié, cada relevé, cada giro, no solo moldea el físico: moldea la paciencia, la concentración, la resistencia. Estos beneficios no son privilegios de una clase social: son derechos de cualquier cuerpo que se disponga a aprender.

La globalización ha derrumbado en gran parte el mito del ballet como territorio exclusivo de las élites. Hoy, podemos ver bailarines y bailarinas de todos los continentes, de todos los colores de piel, de todos los contextos socioeconómicos, triunfando en escenarios internacionales. Aquí no manda el apellido ni el extracto social: aquí manda el talento, la disciplina y el compromiso con el arte.

En Soacha, un niño que toma su primera clase de ballet no está simplemente aprendiendo pasos; está aprendiendo a habitar su cuerpo con orgullo, a respetar el espacio del otro, a comprender que la belleza no es un lujo sino una forma de resistencia.
El ballet, en este territorio, puede ser un antídoto contra la desesperanza. Puede ser una alternativa frente al reclutamiento ilegal, una razón para quedarse después de clase, un motivo para soñar con un escenario, sea cual sea.

Entonces, ¿el ballet es elitista o transformador?
La respuesta no está en la técnica ni en la historia de este arte, sino en quién tiene acceso a él.
Si cerramos las puertas, el ballet seguirá siendo un símbolo de privilegio.
Si las abrimos, se convertirá en una herramienta de cambio, capaz de demostrar que la belleza, la disciplina y el arte pueden florecer incluso en los territorios más golpeados por la desigualdad.

En Soacha, bailar ballet no es un lujo.
Es una declaración de que aquí también hay talento, que aquí también hay cuerpos listos para contar historias, que aquí también hay derecho a soñar.

Comparte:

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Últimas noticias