CÁPSULAS DE MEMORIA CHIBCHACUM
COLUMNA DE OPINIÓN
AUTOR: HAROLD CORE
LA PACIENCIA: EL ARTE INVISIBLE QUE NOS CONDUCE A LA VICTORIA
Por: Harold Core
Vivimos en la era de la inmediatez. Queremos que todo ocurra “ya”: los resultados de un examen, el ascenso en el trabajo, la compra de la casa soñada, la respuesta de una persona amada. La tecnología, los algoritmos y el mercado nos han acostumbrado a obtener las cosas con un solo clic, y eso, aunque nos facilite la vida, ha deteriorado nuestra capacidad de esperar. La paciencia se ha convertido en una virtud escasa, cuando en realidad es uno de los pilares más profundos de la madurez emocional, la estabilidad psicológica y el verdadero éxito.
La paciencia no es simplemente esperar; es esperar con sentido, con fe y con templanza. No es quedarse de brazos cruzados a la deriva de los acontecimientos, sino cultivar la serenidad en medio del proceso y sostener una visión clara de lo que queremos alcanzar. Quien aprende a ser paciente desarrolla resiliencia, fortalece su carácter y se blinda contra la frustración.
Desde la psicología sabemos que la impaciencia está directamente relacionada con la ansiedad, con la necesidad de controlarlo todo y con el miedo a que las cosas no salgan como deseamos. La persona impaciente quiere garantías inmediatas y se desespera cuando la vida no le responde a su ritmo. Pero la existencia no se rige por nuestros relojes personales. Tiene su propio compás, sus ciclos y sus estaciones. Así como la semilla necesita tiempo bajo tierra antes de dar fruto, también nuestras metas, relaciones y proyectos necesitan procesos invisibles para madurar.
La paciencia como entrenamiento psicológico
Cuando practicamos la paciencia, entrenamos la mente en tres dimensiones clave:
- La regulación emocional: aprender a sostener la calma cuando la realidad no coincide con nuestras expectativas. En psicología se habla de tolerancia a la frustración, y la paciencia es precisamente ese músculo invisible que nos permite tolerar, comprender y esperar sin derrumbarnos.
- La perspectiva de largo plazo: la impaciencia nos encierra en el presente inmediato y nos hace olvidar la visión global. La paciencia nos invita a ver más allá, a comprender que los logros verdaderos no se construyen en horas, sino en años. Es lo que Viktor Frankl llamaba la capacidad de proyectarse hacia un sentido futuro, incluso en medio del dolor.
- La confianza en la vida: esperar con paciencia implica soltar la ilusión de control absoluto. Desde la psicología positiva, se reconoce que la esperanza activa es un factor protector frente a la depresión y la desesperanza. La paciencia no es resignación, sino confianza en que cada proceso tiene un tiempo y un propósito.
Paciencia y fe: dos caras de una misma moneda
La fe es el complemento esencial de la paciencia. Mientras la paciencia regula nuestro estado emocional frente al tiempo, la fe le da contenido a esa espera. Tener fe es creer que algo bueno se está gestando aun cuando no lo vemos. Es la certeza de que la vida, el destino o Dios (según la mirada de cada quien) no se han olvidado de nosotros.
En la práctica clínica he observado que las personas que logran sostener su fe, cualquiera que sea su enfoque espiritual, desarrollan una paciencia más firme y saludable. La fe funciona como un sostén psicológico: nos recuerda que no todo depende de nuestras fuerzas, que hay realidades más grandes trabajando a nuestro favor. Esta convicción aligera la carga y nos ayuda a mantenernos de pie en medio de la incertidumbre.
Historias que enseñan
La historia universal está llena de ejemplos que nos muestran cómo la paciencia y la fe se convierten en aliadas del éxito.
- Nelson Mandela pasó 27 años en prisión antes de convertirse en el presidente que unió a Sudáfrica. La impaciencia lo habría llevado a la desesperación; la paciencia, en cambio, lo formó como líder.
- Marie Curie dedicó años de investigación silenciosa para descubrir los elementos radiactivos que cambiarían la ciencia. Su victoria no fue fruto del azar, sino del esfuerzo sostenido y de la espera confiada.
- El campesino que siembra: quizá el ejemplo más sencillo y poderoso. Nunca exige a la semilla resultados inmediatos, confía en el proceso de la tierra, el agua y el sol. Su paciencia es un acto de fe cotidiana.
El precio de la impaciencia
La impaciencia tiene consecuencias psicológicas y sociales visibles. En lo personal, genera ansiedad, ira y sentimientos de derrota prematura. A nivel social, nos lleva a tomar atajos peligrosos: corrupción, violencia, rupturas innecesarias. Cuando no sabemos esperar, buscamos satisfacciones rápidas que a la larga resultan vacías.
La cultura del “éxito instantáneo” —alimentada por redes sociales y modelos de consumo— nos vende la idea de que todo debe ser inmediato: la fama, el dinero, el reconocimiento. Pero esas victorias fugaces rara vez traen paz o plenitud. En cambio, lo que se construye con paciencia y fe perdura, porque no solo transforma la realidad externa, sino también la interna: nos convierte en mejores seres humanos.
El gozo de la victoria paciente
La verdadera victoria no está únicamente en alcanzar lo que deseamos, sino en disfrutarlo desde un corazón transformado por la espera. Cuando algo llega demasiado rápido, corremos el riesgo de no valorarlo. Pero cuando hemos recorrido un proceso con paciencia, cada logro se vive con un gozo distinto, profundo y genuino.
La paciencia nos enseña a reconocer que la felicidad no se encuentra solo en el resultado, sino en el camino mismo. Cada día de espera, cada prueba superada, cada lágrima contenida, se convierte en parte de una historia más grande que al final desemboca en amor genuino.
Un llamado necesario
Hoy más que nunca necesitamos rescatar la paciencia. No solo como virtud moral, sino como herramienta psicológica y espiritual de supervivencia en un mundo ansioso. Paciencia para criar a los hijos, paciencia para construir relaciones sólidas, paciencia para forjar proyectos sociales, paciencia para esperar tiempos mejores.
La paciencia es, en última instancia, un acto de amor. Amor hacia nosotros mismos, porque nos permite vivir en paz sin desgastarnos en la desesperación. Amor hacia los demás, porque nos enseña a comprender sus procesos y tiempos. Y amor hacia la vida misma, porque aceptamos su ritmo natural sin querer forzarla.
La fe y la paciencia son dos llaves que abren las puertas de las verdaderas victorias. No de las victorias pasajeras que se evaporan en aplausos efímeros, sino de aquellas que nos llenan de paz, gozo y amor genuino. Porque quien aprende a esperar con serenidad y esperanza, nunca pierde: siempre recibe lo mejor, en el momento justo y de la manera más perfecta.
“La paciencia no es demora, es el arte invisible de confiar.
Quien espera con fe no pierde tiempo: gana madurez, gozo y un Amor genuino que llega en el instante perfecto.”
Harold Core






